EL AVISO

Jorge subió tambaleando los escalones sombríos de su casa. Como un hombre perseguido por algo espantoso, imposible de precisar en lenguaje humano, atravesó los corredores silenciosos que conducían a su cuarto de soltero. Entró; y, como si fuera a cometer un crimen, dio doble vuelta a la llave…

¡Al fin, solo!… Intentó poner un poco de orden en el mar agitado de su cerebro.

Comenzó a precisar la escena: En el salón tapizado de rosa pálido, a la luz de las áureas arañas de cristal, indolente en el sofá de terciopelo rojo, como una evocación oriental de las estampas de Scheherazada, estaba Ella, excelsa de gracia juvenil, jugando distraída-mente, con volubilidades de chiquilla engreída, con los sedosos rizos de su nocturna cabellera perfumada. A su lado, devorando con sus pupilas negras y tristes el tesoro vernal de su belleza, El, con la voz opaca de contenida amargura, le decía frases lentas, como si quisiera besarla con cada sílaba dulce como el sabor de una caricia furtiva.

Y si aquel hombre renunciara a la vida, antes que renunciar a su amor, si se matara ante la imposibilidad de su pasión ¿le creería Ud., entonces?

-Quién lo sabe!..

-Y si aquel hombre fuera yo, si.

Ella lo dijo lanzándole una fría mirada de conmiseración, de piedad, de ironía. Aquella leve y desesperante sonrisa con que subrayó su frase de vitriolo, quemó el alma de Jorge y no quiso, no pudo oír más. Le martillaba alguien las sienes… Y, correcto, crispado, mudo, abandonó el salón… Hasta la asistencia oyó, como una burla postrera, la musical sonrisa de fontana enloquecida de Ella…

Estaba resuelto… ¡Oh, si! Él le probaría lo contrario… –¡Chiquillol Esa era una ofensa de las que se lavan con sangre y, en la imposibilidad de matarla, se mataba ¿había algo más lógico?…

Entró de puntillas en su cuarto que estaba contiguo a la alcoba de su madre; encendió luz. Como quien despierta de un sueño en el sitio donde no se quedó dormido, miró con asombro y placer su cuartito de soltero: la mesita escritorio, los cuadros, casi todos copias de los maestros contemporáneos; los retratos, el plafond de azul pálido con su cadena pastoril-Arcadia, ninfas y sátiros en una danzarina ronda y (cosa rara que Él no se pensó) lo halló tan confortable, tan bien, que se detuvo acariciando todo con voluptuosidad nunca gustada y gozándose en dirigir amorosas miradas hasta al más simple detalle.

Súbita, la idea, la mala idea que, como la tentación de que habla el doctor místico, en caliente ráfaga soplada por el mismo Satanás, tornó a azotar su espíritu… No titubeó más: una serenidad horrible se enseñoreaba en su alma. Nada de cartas ni de escrituras póstumas -pensó-. Aquello le pareció la última palabra de lo cursi.

Abrió su escritorio; tiró de un cajón; de un estuche de plata sacó una jeringuilla, la aguja de Parvas; fríamente, poniendo un cuidado máximo comenzó a llenar de liquido el tubo… cinco… diez centigramos… la morfina penetraba, lenta y segura, al ascender del émbolo… Ya había una dosis para asesinar a tres hombres… y el alcaloide seguía entrando y el émbolo seguía retrocediendo…

Cuando hubo terminado la operación se acostó en el diván, se desnudó el brazo; con un suave impulso consiguió hacer penetrar la aguja en la desnuda carne; oprimió el émbolo… Werther… Silva… Acuña… Leopardi… En ese instante, rasgando el trágico, el absoluto silencio de la noche, se oyó un suspiro, uno de aquellos suspiros que lanzan las personas dormidas al despertar. El suspiro partió de la vecina alcoba, de la de su madre.

Jorge tembló, la aguja maldita con la jeringuilla preñada del alcaloide el suelo. Aquel suspiro de su madre adormecida; aquel aviso, dado en sueños, por el alma omnivigilante de la dulce dueña de sus días, lo desconcertó. Como un ladrón sorprendido a mitad de su criminal tarea, no supo qué hacer… Se incorporó; con el pie estrujó la jeringuilla contra la alfombra, tal el santo su patrono, el radiante San Jorge de las estampas nobiliarias inglesas, humillando dragones policéfalos.. Apagó la luz.. Y se metió en su cama, como un hombre al que no le ha pasado nada…