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La fuente triste

LA FUENTE TRISTE

I

Al par te implora y te mima

en mi canto, mi tristeza:

te solloza cada rima

y cada estrofa te besa.

 

II

Dices que no tienen motivo mis penas,

pues las lloro mías cuando son ajenas…

¡Ay!, ese es mi encanto:

llorar por aquellos que no vierten llanto.

 

III

Como Dios me ha dado don de melodía

en música pongo mi melancolía:

que el llanto mejor

es ése que recuerda con dulce rumor.

 

IV

Cuando mi tributo reclames —¡oh, Muerte!—

dulce reina mía, ¿qué podré ofrecerte…?

¿Te daré mis alas…? ¡Ay!, pero mis alas

mancharon de cieno las pasiones malas.

¿Te daré mi llanto…? Mi llanto, bien sé,

como lo prodigo, que ni eso tendré.

Mas, como algo puedes, te dará mi amor

lo único que tengo propio: mi dolor.

 

V

Ya me ofrezcan rosas o me den espinas

yo bendigo siempre tus manos divinas.

Corazón del que ama es como la rosa:

perfuma la mano de quien lo destroza.

 

VI

Hora en que te conocí,

hora de Anunciación,

hora azul en que cantaba

la alondra de la Ilusión;

hora de armiño y de seda

sobre la que Dios bordó

tu monograma y el mío

en el telar del Amor.

 

VII

El mundo jugó en mis sueños,

la Mujer con mi corazón

y la llama de mi fe, pura,

sopló Satán y la apagó.

Y, pues, Mundo, Demonio y Carne

en mi alma vertieron su hiel,

cuando venga por mí la Muerte

poca cosa tendré que hacer.

 

VIII

En vano es que tu clara risa de oro

me intente consolar… Y, aunque lo pueda,

hoy mi tristeza es mi único tesoro

y, si tú me la quitas, ¿qué me queda…?

 

IX

No despiertes sorprendida

de que amanezca a tal hora:

se ha adelantado la Aurora

para mirarte dormida.

 

X

Fuera el mayor embeleso

de mi réproba alma loca

ir al Edén de tu boca

por el camino del beso.

 

XI

Tan levemente resbalas

sobre la asiática alfombra

que mi ternura se asombra

de no mirarte las alas.

 

XII

Por tu desdén se convierte

toda caricia en herida

y tu mirada es la vida…

Pero a mí me da la Muerte.

 

XIII

La enfermedad que yo tengo

mi corazón sólo sabe;

como él nunca la dirá,

nunca ha de saberla nadie.

La sabe el claro de luna

y el parque gris: ¡preguntadles…!

La sabe el viento que pulsa

las liras crepusculares…

Mis versos la están diciendo

y no la comprende nadie…

La enfermedad que yo tengo

en silencio ha de matarme.

 

XIV

Mi corazón goza en tus

pupilas de noche inerte

la dulzura de la muerte

en un abismo de luz.